La luz que ilumina al pueblo viniendo desde el medio día proporciona el calor necesario para que exista movimiento. Un adelantado invierno ha dejado desiertas a calles y plazas a partir de la puesta de sol y se vuelve difícil observar movimientos humanos, desde esa hora..
Olores de fogatas salen por las chimeneas e impregnan el ambiente con un especial y acogedor ambiente familiar y hogareño. A veces se percibe el olor a cordero, o a sardina que se asa en las brasas. Las castañas son unas buenas invitadas a participar en el calor artificial producido por el fuego. Invento natural copiado por el hombre durante decenas de miles de generaciones.
Y es en invierno, con esta luz especial y con este clima frío, cuando los almendros despiertan de su letargo, de su aparente muerte, y nos ofrecen un enorme regalo. Sus flores blancas, rosas, sonrosadas iluminan a su ves a los oscuros y rugosos troncos y ramas. Y muchos de éstos supervivientes al cítrico se pueden apreciar todavía, pero no masivamente en nuestro pueblo.
Es en invierno con el frío y el silencio como compañeros, cuando las excursiones o paseos acentúan su carácter emocional, los sentidos se potencian y el silencio reinante lo favorece. Trinos de pajarillos, gaviotas, y ladridos de perros al paso de un caminante se oyen por nuestros caminos. Los cables de la luz empiezan a ser lugares de reunión para los cada vez más presentes Tordos, que cada tarde se convocan formando cada vez mayores bandadas antes de la emigración.
Los días soleados de domingo nuestro mercadillo atrae a miles de personas venidas de múltiples lugares que proporcionan una inyección extra a los comercios y bares muradeños. Un multicolor y multirracial intercambio de prendas, objetos y dinero que va de mano en mano. Estruendosa música intenta atraer desde puestos atrás a compradores; !a un euro, a un euro!: vocea un ambulante, !barato, barato!, dice otro. Miles de prendas de textil, calzado y cientos de productos que se amontonan, buscando en este día una nueva ubicación.
Olores a tierra emanan las hortalizas expuestas, patatas, acelgas, coles, rábanos y frutas, proporcionando un espectacular colorido. Esencias orientales se perciben cerca de los puestos de especias. El mar se hace presente llegando a los salados. Dulces olores cuando pasas los dulces y golosinas. El amargor de las olivas partidas prevalece donde los encurtidos. Piel artificial y plásticos son olidos cerca de los calzados y aromas de barbacoa cerca de los pollos asados. Las mil y una fragancias de perfumes y colonias son a la vez percibidas cada vez que te cruzas con las centenares de personas en este frenesí de aromas.
Múltiples idiomas son hablados en el mercadillo en una pacífico acto de comercio humano. Una de las actividades más antiguas de la humanidad. Y ni el frío, ni los competidores que se crean consiguen derribar a nuestro histórico Mercado de los Domingos en La Murada.
VPB
No hay comentarios:
Publicar un comentario