El Jueves Santo trae silencio y amargura a las procesiones de la comarca
M. A.
El Jueves Santo acabó anoche en negro luto. Las procesiones que recorrieron la Vega Baja desde que el sol ya había caído hacía horas y hasta bien entrada la madrugada fueron de respeto, recogimiento y tristeza.
Cantos de pasión, saetas, cirios encedidos y faroles que son la única luz en una jornada en que muchas calles se apagan al paso de los cortejos procesionales como señal de respeto. La gente no sale a divertirse en esta noche, sale a ver el sufrimiento y a recordar, pero las calles están igual de ellas que otros días, o quizá más porque los cofrades llevan un paso lento, al son que marca el tambor o la música fúnebre.
La gente, cuando llega la imagen, se queda petrificada para contemplar este rito que de año a año se repite.
Más que nunca, los vecinos salieron a ver uno de los momentos álgidos de esta Semana Mayor de la Vega Baja, sin caramelos, con vigilias, con vía crucis e incienso que lo inunda todo. Daba lo mismo ayer el tamaño de la procesión y el número de cofrades, lo importante era lo que se recordaba con el Jueves Santo y lo que supone para los cristianos.
En municipios pequeños el fervor compite con los más grandes y eso era una muestra patente en Rafal, en Redován o en Benijófar, por poner sólo unos ejemplos. No en vano, las distintas cofradías y hermandades de la comarca habían convocado a sus miembros a más de medio centenar de misas durante la tarde como preámbulo a las procesiones y a la larga noche que estaba por comenzar.
Algunas procesiones salieron de las iglesias cuando la medianoche estaba al caer y no terminarán hasta prácticamente la madrugada.
Así es la Vega Baja y así vive esta Semana Santa.
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