VERTEDERO NO

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viernes, 1 de julio de 2011

Por el Magreb..4

A José María



Entre el monótono paisaje de dunas de arena que cambian su aspecto con el viento y la calima, el sol parece ser la única guía para Kebir, el jefe de la Caravana que inicia con actitud dispuesta la dirección a seguir.

La expedición está compuesta por 140 camellos que transportan variopintas mercancías. Los camellos que no tienen jinete están atados por la cola a la cabeza del siguiente en la procesión. Esta transcurre con mucha lentitud en una ceremoniosa ida por caminos que se pierden en la noche de los tiempos...

Mi camello oscila su cabeza rítmicamente a cada paso que avanzamos y berrea de tanto en cuanto contestando a los congéneres que nos preceden en la fila de a uno que pisa sin cesar las huellas de Kebir. El sol pasa a ser un invisible enemigo que no da tregua. Algunos beduinos rezan el Corán al amanecer y a la puesta de sol en voz alta mientras avanzamos por las rutas milenarias.

Cada 10 horas más o menos desmontamos para comer y dar descanso a los camellos. A los tres días de viaje hacemos un alto en el camino al llegar a un pequeño manantial que coloreaba de verde el entorno con palmeras y arbustos. Un aljibe centenario sirve para calmar sufrimientos de la ruta a personas y animales. Se monta una tienda en un suspiro que nos da cobijo a la veintena de participantes. Se les alivia la carga a los animales, que berrean (creo que de alegría). Unos camellos portan alfombras, otros dátiles, otros higos secos. Un camello transporta dos bicicletas y piezas de motores de ciclomotor. Otro jaulas con halcones y cernícalos amaestrados.

Y continuamos la marcha bajo un sol justiciero que apaga las ganas de conversar. Por la noche la comitiva para y se organiza un fuego sobre el que nos reunimos alrededor. Los encargados de preparar las viandas echan enormes esteras dando un toque de civilización a la arena sobre la que comemos y descansamos. Todos se descalzan al pisar las esteras y alfombras. La rutina empieza a hacer mella, pero la visión de paisajes fascinantes compensan el esfuerzo físico. Un par de horas antes del amanecer unos timbales despiertan a la comitiva y unos muchachos reparten té verde y pasteles almendrados de miel. Los dátiles secos son parte del menú diario.

Al sexto día de viaje tres figuras a camello muy ricamente vestidas hacen el alto a la caravana desde la cima de una alta duna. Se trata de 3 jefes Tuareg de la zona. Sus velos azules y las caras pintadas de oscuro les proporcionan respeto añadido. Al descabalgar la altura de los nómadas me sorprende grandemente. Finas maneras y un alto porte se les adivinan. Nuestro jefe de caravana, Kebir charla con ellos echado en una alfombra redonda por espacio de dos horas mientras todos esperamoz expectantes. Por fin Kebir se acerca a su camello y de unas alforjas saca unos cuantos billetes que entrega a los Tuareg. Tras un serio estrechamiento de manos se reinicia el viaje.

A la caravana la acompañan unos beduinos que hacen las veces de exploradores adelántandose a la comitiva cuando Kebir los requiere. Espontáneamente, desde medio día se ha levantado una fuerte ventisca de arena obligándonos a todos a cabalgar casi a ciegas, tapándonos hasta los ojos. El Jefe de la caravana ralentiza al mínimo la marcha y se atan todos los animales para evitar extravíos. Los orificios nasales los tengo repletos de arena y me escuece la piel de la cara que ha soportado los ínfimos proyectiles de arena lanzados con fuerza descomunal. En plena tormenta los exploradores han partido juntos con sus escopetas de caza. A la puesta de sol han regresado entre la oscuridad de la tormenta portando el cadáver de una gacela a lomos de un dromedario. Son expertos conocedores de las pautas de conducta de la fauna del desierto y reconocen sus lugares favoritos de protección durante tormentas u otros fenómenos atmosféricos. Al cese de la tormenta de arena el olor a carne asada impregnaba el vallejo escogido para el descanso mientras se produce el espectacular descenso de la temperatura.

La noche es fría, muy fría. La chilaba de lana se convierte en un especial protector contra los rayos solares durante el día y proporciona el necesario calor durante la noche. Esa noche los aullidos de los perros salvajes atraídos por el olor resonaban en lontananza.

Y se pierde la noción del tiempo. Tras unos diez días de marcha la luna ha comenzado su periplo de plenilunio. Y bajo una luz brillante no paramos la marcha. Subir y bajar dunas de arena ha sido la constante la última semana. Ni atisbo de un pequeño árbol, aldea, camino, persona o civilización. Sólo avanzar en una interminable camino zigzagueante.

La caravana es un auténtico centro comercial dispar que avanza con paso lento buscando el corazón del desierto. Yo porto nada más mi cuaderno de viaje y una pequeña máquina de fotos junto a una mochila con ropa interior. El tomar una ducha es algo que ya ni me pasa por la cabeza. La ruta diaria me ha dado la dimensión sobre el uso del agua, y en las condiciones extremas que vamos viviendo una ducha sería un auténtico desperdicio del imprescindible tesoro para las bestias y los humanos que procesionamos con chillabas oscuras en absoluto silencio.

Una semana más de viaje hasta que llegamos a otro pozo. En este caso hay bastante vegetación alrededor, donde tres rebaños de ovejas y cabras pastan alrededor. Los pastores son diez. Todos portan antiguos arcabuces que usan para protección, pero sobre todo para ahuyentar hienas y perros salvajes.

Tras un diplomático ritual de bienvenida Kebir y los principales responsables de la caravana saludan a tres de los pastores besándose tres veces y estrechando sus manos cruzadas durante largo espacio de tiempo mientras las suben arriba y abajo. Todos sonríen como alegrándose del milagro que supone encontrarse enmedio de la nada.  Y nada  es casual pues tres camellos son descargados portando sal que iba destinada a estos pastores. El trueque como pago es una costumbre milenaria que ajusta las necesidades humanas y dos corderos y un choto se añaden a nuestra caravana.
Comemos todos juntos en armonía y paz, compartiendo las viandas sobre la gran alfombra que ocupa el suelo de la espectacular Khaima que se ha levantado al efecto.Los exploradores portan 8 conejos, 2 palomas torcaces. 2 perdices del desierto,una avutarda y 4 pequeños roedores que han sido cazados durante la parada del convoy. Tras la opípara comida dos de los pastores inician cánticos que son rápidamente secundados por palmas por el resto. La caravana se pone en pie y bailamos en comunidad regocijándonos de la amistad sincera. Sin interés alguno por las partes, disfrutando de nuestra condición humana en la que estamos obligados a relacionarnos. A nadie parece importarle hacerse entender o comprenderme. Todos me admiten y sonríen. Mi amigo Karim me traduce en ocasiones algunas charlas de los pastores que pertenecen a una tribu del oeste argelino, y que en esta época del año pasan los meses con sus rebaños frecuentando cinco pozos bien conocidos. Ovejas y cabras deben disponer de agua como máximo cada dos días.

Pasamos la noche en compañía unos y otros. Felices .Y disfrutamos de un día de descanso en ese paraíso natural que superaba al confort del mejor resort del caribe. Muchos aprovechan para su higiene, otros se cuidan de inspeccionar de pequeñas heridas a los camellos que pastan en libertad y sin aparejos entre los arbustos alrededor del pequeños oasis.

Mucho antes del alba, antes que los colores imposibles del fuego sean dibujados por las manos artistas de la belleza, ambas expediciones se ponen en marcha, cada una a su destino. En dos direcciones indefinidas en medio de la noche.

Karim se ha convertido en mi principal valedor en los menesteres camelleros, es mauritano, extremadamente simpático y servicial. Siempre está pendiente de mí en todo momento y no encuentro la manera adecuada de corresponder a esa generosa actitud amistosa.

Continuamos la marcha durante cinco días más y llegamos a un humilde lugar en el desierto mauritano, CHINGETTI. Allí nos proveeremos de víveres, agua, frutas.. Se descargan varios camellos que habían llegado al fin de su trayecto. Son ocho mauritanos que comercian con los marroquíes del sur quienes se quedan. Uno de ellos es KARIM que me invita a pasar esa noche de parada en su casa. Acepto.

Se trata de una cabaña hecha de barro y cañas, sin puerta , sino cortina, es a la vez oscura y fresca . Una vez dentro el resplandor del fuego ilumina el ambiente dándole ese peculiar olor... Una marmita de barro contiene ricos ingredientes que producen a su vez un aroma especial. La bienvenida por parte de la familia de AHMED carece del mínimo aspaviento de afecto especial o cariño. Sólo unas sonrisas han bastado para las demostraciones amorosas y anunciarles mi presencia. La bondad se puede tocar en ese humilde hogar beduino
 
Continuará..
 
Vic

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