VERTEDERO NO

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viernes, 19 de noviembre de 2010

BUNI - La veda proporciona alegría a unos y tristeza a otros

Buni el conejo.

Desde jovenzuelo, cuando era gazapo se portaba muy bien con sus padres; pasaba por ser el más responsable de sus 8 hermanos; nunca se alejaba más de lo necesario de su madriguera, y cuando llegó la hora de aprender qué hierbas u hojas comer, le ponía una especial atención a las recomendaciones de su madre.

Buni era un conejo de monte común, muy ágil, y tenía su pelaje grisáceo esponjoso y muy cuidado.

Desde pequeñín observaba la postura de alerta de mamá ante determinadas aves; especialmente los cernícalos, gavilanes y mochuelos. Durante la noche era peor, pues los movimientos de la familia alertaban a los zorros y lagartos. Era mejor dormir tumbado sobre la barriga calentita de su madre e intentar de cuando en vez dar un chupetón a las ubres maternales.

Aprendieron todos los hermanos de una salida nocturna desde su guarida, cuando jugando en equipo al escondite, un pájaro blanco, silencioso, pasó volando sobre sus cabezas y se llevó en andas a un hermanito atrapándolo en silencio con unas afiladas garras, ante el asombro de todos.

Por la noche es mejor no salir. Por mucha capacidad de oído que se disponga. Aquél día nadie oyó nada, incluso habiendo estado varios minutos los 9 conejitos intentando escuchar cualquier sonido sospechoso antes de disponerse al juego. Todos movían sus largas orejas en todas direcciones, como sintonizados, como en un baile de orejas. El mínimo sonido traído por el viento podría hacerles estremecer de temor, pero aquella noche los ruidos provenientes del campo eran los habituales, nada hizo sospechar a los juguetones conejos.

Alguna noche recibían visitas en la madriguera, que era bien profunda, con dos pasillos y una gran cavidad con suelo mullido de pelo arrancado por sus padres para proporcionar comfort y conservar el calor del hogar. De pronto había chillidos, exaltación cuando una culebra de monte venía buscando huevos de perdices o de lagartijas. Las noches de ronda de la culebra eran muy estresantes. El caos imperaba en la casa conejil en esas ocasiones, y su padre ya sufrió varios achaques al corazón por los continuos sobresaltos. Y Buni aprendía.

Y llegó el momento de pensar en la independencia. Durante algunas semanas unos pocos de sus hermanos comenzaron a vagabundear por los límites de su territorio no conocidos. Uno de los mayores se enamoró de una linda liebre que habitaba con sus tías y hermanas y se despidió de ellos.

Otra de sus hermanas un día comiendo hierba fresca en un gran campo se unió a un grupete de conejos que la aceptaron sin reparos.

Y Buni conoció a su amor también. Ella vivía en la ladera de la Rambla, donde los perros y zorros no podían acceder, con un regato de agua dulce que manaba intermitente de la tierra y con ricos matojos, hierbas y plantas en su entorno cercano. Buni se enamoró a primera vista e ilusionado no tardó en proponer a su amada la idea que tenía sobre el hogar seguro; se trataba de un proyecto de madriguera construido en la base de las plantas del esparto, en las más grandes, con las espigas secas y el corazón verde. Tan tupidas que impedían el paso a pájaros curiosos y pequeños roedores y mamíferos.

La conejita accedío de inmediato. Y Buni se separó de sus dos hermanos con los que vagabundeaba y emprendió un proyecto de familia.Las lecciones bien aprendidas le valieron para proporcionar fácil sustento a su pareja y a los 12 hijitos que vieron la luz en su primera paternidad. Pasaban los meses, el calor, el frío, el viento y la lluvia. Con 1 año Buni era un experto conejo de monte que sabía calibrar el peligro, que podía sustentar a una familia y varias hembras en diferentes territorios y que aprendía a inspeccionar pastos nuevos para las épocas de calor estival.

En una de esas incursiones tropezó con los ruidos de ladridos lejanos de los perros de los cazadores de fin de semana. Él como hacía de habitual tomaba la dirección contraria a los ladridos y se disponía a buscar refugio seguro cuando vió al pequeño halcón. Sin dejarse llevar por el pánico se dirigió entre saltos y carreras entre las matas y árboles a las cercanías de los cazadores, donde sabía que el falcónido no se atrevería a sobrevolar... Y de repente,,, Pum, Pum...

Una paloma torcaz que estaba posada sobre una higuera sobre la que se refugiaba Buni, cayó a sus pies.. Al agacharse para olfatearla comprobó que de sus orejas emanaba sangre con fluidez, la vista se le nublaba a tiempos e intensos pinchazos le quemaban por todo su cuerpo.

Herido corrió y saltó sin ver hasta que pudo. Los ladridos de los perros a veces venían hacia el lugar donde se encontraba, el corazón lo tenía a mil por hora.. La sombra del halcón se le aparecía en su delirio y chocaba en una tenue carrera contra los arbustos y las piedras grandes de los márgenes agrícolas. Buni inmóvil se disponía a esperar la muerte. Varias bolitas de plomo ardiendo le quemaban sus entrañas. Le habían fracturado huesos, desgarrado músculos y roto tendones, pero su ansia de vivir le ofrecía esperanza. Quieto enmedio del camino, en silencio, con los ojos entreabiertos, las orejas heridas perdigoneadas, esperaba al destino... Ladridos cercanos se oían …

VPB

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