Un día entre semana del verano de 1957 -año arriba, año abajo- habíamos ido el tío Seseo y yo en el camión Chevrolet verde a repartir sacos enteros a los barrios cercanos a Abanilla. Algunas clientas tenían sus animales sobre las ramblas, al final de un sendero.
La espalda del tío Seseo ya no estaba para sacos ni remijones grandes y yo, en cambio, estaba cachas: transportaba bien los sacos de 100 kg y ya me había probado con éxito con un saco de sosa de 120. Para descargarlos del camión él me acercaba los sacos al borde y desde ahí viajaban sobre mi espalda hasta su destino final en la cuadra.
Repartimos todo el camión dejando para el final 12 ó 15 sacos de 100 kg de harina para el horno del tío Bartolo en Mahoya. El camión transportaba 2000-2500 kg; si te preguntas porqué no haberlos descargado al principio la respuesta es que el tío Seseo sabía bien que el camión no hubiera podido subir la cuesta ni marcha atrás.
Fuera que ese día salimos tarde o que el reparto fue muy lento lo cierto es que llegamos ante la cuesta del horno al anochecer. El tío Seseo aculó el camión al principio de la cuesta, metió la marcha atrás, aceleró a fondo... y el camión se negó a subir. Tras un par de intentonas fallidas más quedó claro que me tocaba llevar los sacos desde abajo de la cuesta. Y así lo hice, a mi ritmo y sin mayores problemas.
- ¡Nena – dijo el tío Bartolo a su mujer cuando terminamos - prepárale a Martinín un par de huevos fritos!
Los “que no, tío Bartolo, que nos vamos pitando que se ha hecho muy tarde” no pudieron con la tozudez del hombre y un minuto después ya estaba la comanda sobre la mesa de la cocina. ¿Qué podía hacer? Rehusarlos ahora sí que hubiera sido un desprecio por el que me hubieran reñido. Así que me senté y me los cepillé rápido.
Comer en casa de otros y en los platos de otros nunca me ha gustado y sigue sin gustarme. Lo que yo quería era salir pitando para cogerme mi bocadillo de sobrasada, un tercio y un plátano y con suerte llegar a tiempo de ocupar mi sitio en la mesa de subastao en la puerta del tío Mariano, con el tío Antón y compañía.
---------------
Al poco de llegar a la casa el abuelo me hizo llamar. El estaba sentado a la mesica de la cocina, colocada debajo de la bombilla. El tío Seseo, el testigo, estaba de pie a un lado y algo detrás.
- ¿Es cierto que te has comido dos huevos fritos en la casa del tío Bartolo? – acusó.
Como era cierto ya no me dejó ni hablar.
-¡¡¡ Buchón !!! – y siguió llamándome buchón ochenta veces mientras me preguntaba si pasaba hambre en mi casa.
---------------
Aquel chorreo innecesario no afectó en nada al aprecio que le tenía y pasaron años antes de que comprendiera dos detalles:
Uno.- El abuelo estaría tan alterado porque aquel camión, reliquia de la guerra civil, nos había dado ya sustos importantes, p. ej., quedarse sin frenos en una cuesta abajo. Al tardar tanto aquella noche era inevitable pensar en nosotros espachurraos en el fondo de un barranco.
El otro: El fue un superviviente de las batallas de juguete en Filipinas, las últimas batallas de nuestro Imperio desmoronado tiempo atrás. El líder Aguinaldo cuenta en su relación del levantamiento armado(http://www.gutenberg.org/files/14307/14307-8.txt) cómo una vez que pudieron comprar fusiles ya le dieron la batalla a los españoles, batalla que duró sólo unas horas, el tiempo que tardó en acabarse la munición de las escopetas de los españolitos.
Aguinaldo habla peor de la falsedad de los yanquis que de los líos de faldas de los españoles. El abuelo debió asistir a alguno de esos juicios o se lo contaron y, con algunas variantes, éso pudo ser lo que me aplicó sobre la mesica de la cocina.
Martín Pérez
No hay comentarios:
Publicar un comentario