De pronto me encontraba atravesando el Estrecho de Gibraltar, ese estrecho geográfico que separa dos culturas tan diferentes. El ferry me llevaba a TÁNGER y apoyado en la barandilla de cubierta observaba las turbulentas aguas dibujadas por estelas de centenares de buques en un incesante ir y venir
Abdul me recogió en el puerto y me llevó a su casa en el centro de la ciudad. Un rico té de hierbabuena me fue ofrecido como bienvenida por su esposa. Nos echamos en la limpia alfombra sobre la que habían cojines de diversas formas y texturas. Un acogedor recibimiento plasmaba nuestra vieja amistad. Una animada conversación fue seguida de un asado de cordero con manzanas que nos fue servido en el típico Tagine marroquí. Abdul y yo, solos, éramos los comensales. Su mujer e hijos comían aparte. Es la costumbre.
Me acomodé en su casa para pasar un tiempo en otro ambiente, en otro país.
Abdul me llevó a conocer la parcela agrícola que había conseguido comprar. Se trataba de un terreno en lo alto de una colina con magníficas vistas al Mar Mediterráneo. Patatas, tomates, judías y hortalizas eran cultivadas por su mujer, por su suegra y por sus hijos. Su suegro, un hombre mayor que vestía la típica túnica oscura, se encargaba del riego de los productos y de su venta. Un borriquito les servía como medio de transporte para llegar a las estrechas callejuelas del casco urbano de la ciudad donde sus primos tenían un tenderete.
Mientras fumábamos la Cachimba con tabaco de frutas bajo la tienda de tela, las mujeres nos traían fresas recién cortadas y rellenaban nuestras tazas de té verde..
Abdul estaba en tratos con el vecino para comprar un nuevo trozo más y agrandar su propiedad. Era una ardua labor que requería dotes persuasivas e insistentes de un comercio desconocido en Europa. Las negociaciones duraban ya tres meses y cuando Abdul acompañaba a las mujeres al campo, su único cometido era ése. Me comentaba que ya casi tenía conseguido el trato al precio justo que se pretendía llegar por ambas partes.
El estar en contacto con pareceres y actitudes occidentales había proporcionado a mi amigo pingües beneficios, comerciando con todo tipo de cosas, haciendo de acompañante, traductor, corredor y mil tareas más para desconocidos allende Gibraltar.
Abdul conocía bien a los pescadores locales, y el marisco de la zona, muy preciado en su país, era a la vez requerido por un cliente suyo gaditano que una vez a la semana venía a llevarse camarones, cigalas, gambas y langostas.
Una vez cada tres meses Abdul se desplazaba a FEZ donde unos empresarios alemanes le instaban a comprar alfombras y khilimms de los talleres artesanales donde familias enteras se dedicaban a tratar la lana, teñirla y entrelazarla de la manera milenaria que sus antepasados le habían enseñado. Decenas de paquetes con alfombras eran entonces destinados allende el mar hacia el puerto de Rotterdam.
Algunos Viernes nos desplazábamos a la casa de los primos vendedores. El día festivo instaba a todos a visitar la Mezquita y escuchar el sermón del imán. Sus primos eran cinco tipos dicharacheros que gustaban de la conversación, del té, la Narguile con haschísch, y las mujeres. Estando con ellos en un bar, entró un cuentacuentos que se ganó la atención de todos los presentes y de los viandantes que poco a poco abarrotaron el humilde lugar. Tras recibir unas monedas el hombre continuó su relato ganando los aplausos del respetable. Todos éramos hombres.
Tánger es una ciudad cosmopolita con un pasado bohemio, puerto franco frecuentado por gente de todos lugares, donde se habla francés y español habitualmente lugar escogido como residencia por artistas, escritores, y refugiados políticos de muchos países y continentes. Es normal ir a bares. Aunque el buen practicante del islam no consume alcohol. Eso impediría su entrada en el Paraíso.
En la zona portuaria es habitual ver guapas mujeres vestidas a la manera occidental cuando el sol cumple su tarea diaria y se retira a descansar. Para conquistarlas las artes amorosas son muy nobles, muy constantes y persuasivas, dejando ver las mejores dotes de amabilidad y educación.
Una vez casados todo cambia y es el hombre el que vive fuera de casa, el que se relaciona socialmente, el que esconde su tesoro para su disfrute. A esta actitud ayudan mucho las costumbres basadas en las leyes religiosas que aconsejan a la mujer a tapar su belleza femenina para no dar pie a la tentación en los pobres pecadores. Chadores, Burkas, túnicas que no dejan entrever curvas y pañuelos que impiden la exhibición de cabellos, son una solución.
Decidí acompañar a ABDUL a uno de sus viajes de negocios por el país...
Continuará..
1 comentario:
Existen muchas diferencias entre las gentes de allá y los que siendo de allí viven aquí.
El país es seguro, muy tradicional. Un destino muy viajero.
VPB
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