VERTEDERO NO

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domingo, 26 de diciembre de 2010

AQUELLAS NAVIDADES..

PRÓLOGO
Hace ya mucho tiempo que la navidad empezaba a partir del 8 de diciembre. En aquellos años, las noches eran más frías y largas, debido a las pocas actividades que habían después de ponerse el sol. Entonces La Murada estaba tan poblada como ahora, pero con una diferencia, que el centro, es decir, Los Vicentes, estaba menos poblado, pero los barrios (44) todos tenían vecinos.

Recuerdo aquella infancia de la década de los 60 y 70, y especialmente en las fechas navideñas. Tres palabras marcaban la navidad: pavo, toñas y misa de gallo. Y para recordar aquellas costumbres, cabe en el recetario gastronómico de La Murada rebuscar ese saborcillo al llegar esas fechas en la que la cocina lo era casi todo. Pero como la “cocina de esos manjares” va a estar descrita en el libro de Recetas antiguas que se va a editar, vamos a hacer el recordatorio a través de este cuento de Navidad.

Dedicado a la memoria de los que ya no están, porque ellos siempre vuelven a casa por Navidad.
JP


AQUELLAS NAVIDADES..

Hoy al terminar la clase, nos ha dicho la maestra que para la próxima semana, traigamos panderetas, zambombas, etc., que tenemos que cantar villancicos.

Al llegar a casa durante la comida, mi madre le ha dicho a mi padre, que vaya mirando de cortar una rama de pino.

Mi abuela anda enfrascada en saber cuánto pesará el pavo negro que con tanto mimo ha ido cuidando en los últimos meses.

Por la noche, en la tertulia de vecinos junto al viejo fogón de una gran chimenea, en casa de mi tía Josefa, se pronostica que este fin de año va a ser muy frío.

Mi tía nos ha dicho a mis primos y a mí, que mañana vayamos recogiendo leña y preparándola a lado del horno de tierra que hay junto a la era de la gran casona. Llega una nueva Navidad.

Ha amanecido el sábado con frío y algo de viento. Me despierta un ruido continuo, parece que estén rompiendo cáscaras de algo. Mi madre y mi tía están partiendo almendras. Mis primos y yo nos pasamos todo el día amontonando leña al lado del horno. Anochece pronto. Los días son cortos.

En el hogar, un buen fuego hace agradable la velada, mientras en una gran olla se echan las almendras para quitarles la piel con el calentor del agua.

Amanece el domingo con lluvia. En la gran sala de la casa, hay una mesa larga, llena de un montón de cosas, una olla con manteca, bolsas de harina, de azúcar, botellas de aceite. En un rincón, hay otra mesa, en cuyo extremo hay cogido un pequeño aparato con una manivela. Yo ya sabía de aquello, pues era lo que más me gustaba a mí. Era la máquina de moler la almendra ya pelada.

Mientras yo no paraba de darle a la manivela moliendo la almendra, mi tía y madre amasaban y amasaban en lebrillos aquella masa que formaban con la harina, limón raspado, aceite, clara de huevos, azúcar. En cada lebrillo había una clase de masa diferente. Con una se harían los mantecados, con otra, los rollos, que se hacían de varios sabores, de limón, de anís, etc., de otro lebrillo donde yo iba echando la almendra molida saldría la masa para los almendrados.

Mi tío José, ha estado echando leña al horno toda la mañana. Ha preparado de comer unas gachamigas porque hay poco tiempo para parar. Todo el día es muy ajetreado. Al medio día ha dejado de llover, está muy nublado y hace mucho frío.

Me gusta ponerme al lado del horno porque hay calentor. Mi abuela Isabel, está fregando las llandas, y pasándole con un papel impregnado de aceite. En la gran mesa, se extiende la masa de los mantecados. Con moldes se les da diversas formas: de triángulo, de estrella, de corazón, etc., Lo último que le echan es azúcar y a algunos canela. Las llandas se van llenado de toda clase de viandas. Con una gran pala, extienden la ceniza del horno que está totalmente caldeado, y van metiendo las llandas. Mi abuela controla que no se quemen, destapando la puerta del horno continuamente. Son las toñas de Navidad.

Nunca olvidaré a la caída de la tarde, aquel aroma que desprendía el horno, y que el frío aire transportaba por la oscura noche del campo. Las ollas están repletas de los caseros y típicos dulces de navidad. Hechos con las manos, con el corazón y con toda la ilusión del mundo. Se había puesto toda el alma para que salieran buenos, ni blandos ni duros, sino tiernos. Y ciertamente es que estaban buenísimos y duraban por lo menos un mes.

La verdad es que hoy los echo de menos.

Esta semana ha sido muy corta. El miércoles ha sido el ultimo día de clase. Y lo hemos pasado cantando villancicos. Empiezan las vacaciones de Navidad. Por la tarde, mi padre ha traído a casa una rama de pino. Mi madre lo ha puesto en una maceta. Por la noche mi madre y yo lo hemos decorado con cintas navideñas, bolas y un poco de algodón a modo de nieve. Mientras, en la televisión en blanco y negro, Raphael canta el tamborilero.

Miro por la ventana, el viento silba en el silencio de la noche, el cielo estrellado con miles de luceros luminosos parecen anunciar el nacimiento de Jesús. Hace un frío que pela.

Amanece Nochebuena con una gran helada. El rocío de la noche helado, parece nieve a la orilla de la calle. Nada más levantarnos hemos encendido un buen fuego en la chimenea.

Mi abuela anda afilando el cuchillo. Yo no quiero verlo. Es la hora de matar el pavo negro, que ha pesado doce quilos. En una olla guardan su sangre para las pelotas de navidad de mañana. En un balde de agua hirviendo, le van quitando las plumas. Después de pelarlo se trocea su carne y se sacan los filetes. Estos para hacerlos a la brasa, los trozos de carne para el cocido, el cascarón para hacer caldo. Hay que ver la carne que da un pavo, y por aquellos años era una bendición de Dios.

Comeríamos carne más de una semana. Todo este ajetreo de matar al pavo nos ha llevado toda la mañana. Hoy la comida ha sido arroz clarico con pavo. Y al llegar la noche (Nochebuena), el pavo es el manjar por excelencia: filetes de pavo a la brasa. La mesa de Nochebuena, aún en la pobreza, es diferente. Mi madre ha colocado un mantel nuevo. No hay prisa por terminar ya que mañana es Navidad. Mi padre va a destapar una botella de vino que le ha regalado el tendero.

Al acabar la cena, había que darse prisa, a ducharse y cambiarse de ropa, para ir a misa de gallo. Bien abrigados y con bufanda, camino de la iglesia. Recuerdo, al pasar junto al bar del Francisco, (el Bar Nuevo), los cristales empañados por el vaho. La iglesia se llenaba, el coro cantaba villancicos, al compás de la bandurria de mi tío Jaime, la guitarra de Juan Manuel, el violín de mi tío Pascual. Y al acabar, a besar al niñico Jesús. Al salir de misa, toda la gente se saludaba y estaban contentos. ERA NAVIDAD.

Amanece el día de Navidad lloviendo. Nos hemos levantado algo tarde, pues la noche fue más larga de lo normal. Mi padre, con un buen fuego en la chimenea prepara el almuerzo (filetes de pavo a la brasa, acompañado con habas y escarola). Mi madre prepara la comida de navidad (cocido con pelotas). Ella siempre la llama la olla de navidad, y le lleva toda la mañana. Que años aquellos, que manjar de comida. Todavía al llegar el día de Navidad le digo que prepare la olla con cocido y pelotas como antes. Y después, aquellos dulces hechos al horno de leña, que sólo se comían en las fechas navideñas, y aquella sidra que se destapaba como el que destapa hoy el mejor de los vinos.

Pasan los años, y al llegar cada Navidad, añoro aquella infancia, añoro aquellas navidades, sencillas, humildes, familiares, tan llenas de calor, y añoro las toñas, el pavo y las misas de gallo, y me gusta recordarlas, junto a mi familia al lado del árbol de navidad, para que así nunca desaparezcan.

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