07.01.2011 Gabriel Calzada
Resulta sorprendente teniendo en cuenta que el carbón lleva algo más de una década siendo tremendamente demonizado por políticos y medios de comunicación en Europa. La campaña contra el carbón tomó proporción continental a finales de la década de los noventa, con la firma del Protocolo de Kioto. El razonamiento de los críticos es muy sencillo: el carbón produce CO2, el CO2 es un gas de efecto invernadero que provoca calentamiento global y el calentamiento global es catastrófico.
La imagen del carbón también se ha visto dañada últimamente por las subvenciones al carbón nacional decretadas por Zapatero. Es curioso, pero en toda Europa, los mismos políticos que acusan al carbón de ser el principal responsable de “la mayor catástrofe a la que se enfrenta la humanidad” son quienes aprueban ayudas públicas al carbón caro e ineficiente de algunas regiones europeas, como la española (ampliadas recientemente hasta 2018). Quizá no estén tan seguros de que el calentamiento global sea una realidad alarmante.
En España, los ciudadanos pagamos muy caro el enorme coste de las políticas alarmistas que han alimentado las subvenciones de las energías renovables, así como el coste añadido de subvencionar el carbón nacional. Lo pagamos en una factura de la luz más alta (el 20% de subida en 12 meses lo dice todo), en pérdida de competitividad de la economía (puesto 153 de 183 países), en baja productividad de los trabajadores, en dificultad para trasformar nuestro modelo de crecimiento, y en las forzosas deslocalizaciones de empresas relativamente intensivas en energía.
El mix energético del mundo en las próximas décadas no lo van a decidir Europa ni EEUU, sino los emergentes
Una fuente competitiva
A nivel internacional, el carbón no necesita ayudas, ni de Zapatero ni de nadie, por la sencilla razón de que es una fuente energética muy competitiva y la base del crecimiento económico de casi todos los países emergentes. En la mayor parte del mundo, la sociedad pide a los Reyes Magos que les traiga muchas centrales de carbón para contar con una electricidad barata que les permita desarrollarse. Esta mayoritaria carta de Reyes no debería sorprender a nadie.
Según la Agencia Internacional de la Energía (IEA), en el mundo hay 3.600 millones de personas sin acceso, o con un acceso muy limitado, a la electricidad. Son los pobres del mundo y saben perfectamente que sus posibilidades de desarrollo están más ligadas al carbón que a ninguna otra materia prima porque existe una gran disponibilidad de reservas y su precio es muy bajo. A ellos las campañas contra el carbón les entran por un oído y les salen por el otro.
Aunque la construcción de centrales de carbón prácticamente se ha detenido en el puñado de países que racionan sus emisiones de CO2 mediante el Protocolo de Kioto, en la escena internacional no han dejado de crecer. De hecho, en la última década, el carbón aumentó más que ninguna otra fuente energética (46%) y representa ya la fuente del 25% del consumo global de energía, por encima del gas natural (21%), y sólo por detrás del petróleo (35%), pero acortando rápidamente distancias. En EEUU, el 45% de la generación de electricidad se realiza a partir de carbón y no hay más que mirar al mapa de costes de producción energética de ese país para ver que en los estados en los que la electricidad es barata es (a excepción de los estados ‘hidroeléctricos’ del noroeste) porque la mayor parte de la producción eléctrica se realiza con carbón. Quizá por eso, EEUU tenga en este momento una veintena de centrales de carbón en construcción.
En cualquier caso, el mix energético del mundo en las próximas décadas no lo van a decidir Europa ni EEUU, sino los países emergentes. Y existen buenas razones para que estos países quieran más carbón: su precio no sólo es inferior al del gas o el petróleo, sino que es mucho menos volátil, posiblemente debido a las enormes reservas existentes en todo el mundo. En estos momentos, hay plantas de carbón en construcción o desarrollo en el mundo para una potencia de 400 gigavatios, el 90% de las cuales están en países en desarrollo. El caso de China es paradigmático. Con sus tasas de crecimiento anuales superiores al 10% en la última década, ha requerido una enorme ampliación de su capacidad de generación de electricidad. Durante estos diez años, el uso de carbón como fuente energética ha aumentado en un 475%, motivo por el que la AIE habla del carbón como “el combustible del milagro económico chino”. A día de hoy, el gigante asiático consume 2,5 veces más carbón que EEUU.
Se pongan como se pongan en Europa y en las cumbres de Naciones Unidas, el carbón seguirá aumentando su importancia como fuente de producción eléctrica en el mundo y aquellos países que encabecen ese crecimiento se volverán más competitivos. Hay quienes piensan que este proceso será perjudicial para el clima del planeta porque provocará un fuerte calentamiento, pero hay motivos para ser escépticos y optimistas. Por un lado, las emisiones tanto de CO2, como de SO2 y de NOx, no han hecho más que disminuir con las nuevas tecnologías de las modernas centrales de carbón. Por otro lado, los diez últimos años, en los que el consumo del carbón ha crecido casi un 50%, ha sido una década en la que no se ha elevado la temperatura de la tierra, según las mediciones de la NASA.
El carbón es uno de los principales ingredientes del desarrollo económico y su uso para la producción de electricidad constituye una de las principales recetas para la reducción de la pobreza y el cumplimiento de los objetivos del milenio. Por eso, el carbón seguirá estando en lo más alto de la lista de los Reyes Magos de Oriente de aquellos que se portan bien.
Presidente del Instituto Juan de Mariana
http://www.expansion.com/2011/01/07/opinion/tribunas/1294435356.html
No hay comentarios:
Publicar un comentario